Un día, la serendipia me alcanzó. A más de 11, 000 kms. de distancia de mi hogar, llamó a la puerta y dejé que entrara en mi vida.

Esta es una anécdota sobre cómo este encuentro con el destino, cambió definitivamente el curso de mi vida.

Cuando viajé a Japón por primera vez, fue en el año 2017. Desde que llegué, tenía la sensación que al ser un país tan lejano al mío, no iba a poder conocer a ninguna persona para hacer amistad.

En la primera semana de mi estancia, fui a la exhibición del Buque Escuela Cuauhtémoc de la Armada de México, que provisionalmente estaba encallado en la bahía de Tokyo. Nunca había visto este buque en directo, así que me pareció ideal hacer un plan para conocerlo.

Quería aprovechar el día al máximo y visitar lugares icónicos como el antiguo mercado de pescado de Tsukiji, algún templo tradicional y las calles llenas de comerciantes de la zona. La idea era estar al medio día en Odaiba, donde podría ver al buque mexicano.

Alrededor de las 11:00 hrs. tomé el autobús que me llevaría a mi destino. Todo era tan ajeno para mí: desde el idioma hasta el ambiente de la ciudad. Le tomaba fotos a todo lo que se me cruzaba en el camino, ¡Estaba emocionado por ver tantas cosas nuevas!

El transporte estaba casi vacío y me senté en los asientos de en medio. Algo que me llamó mucho la atención, era la cantidad de botones instalados en los tubos de sujeción y me entretuve contando cuántos había.

Por cierto, para bajar de un autobús en Japón, estos botones se deben presionar para avisar al conductor que quieres bajar en la próxima parada. Pero nunca te van a dejar salir en cualquier esquina (como en México), sino solo en los sitios asignados. Y nunca tienes que gritar «¡En la siguiente esquina bajo, joven!».

¡Eran más de 28 botones!

No terminé de contar los botones, porque en los asientos de atrás, escuché el idioma español. Resulta que era un grupo de personas residentes en Japón con un largo tiempo viviendo aquí. Recuerdo muy bien que la primera conversación comenzó con un «Hola, ¿Hablan español verdad?».

Luego de una breve plática de presentación, me enteré que una de las personas del grupo, era originaria de México, y casualmente de Puebla, ¡Igual que yo!

Esto ya era más que ganar un juego de azar. Porque pensándolo bien, ¿Qué probabilidad había de conocer a alguien del mismo lugar de origen, usando el mismo autobús, con el mismo destino, a la misma hora y en un país tan lejano?

Fue tan agradable encontrarnos, que fuimos todos juntos al recorrido y pasamos la tarde platicando sobre su años de experiencia de vida en Japón. Desde aquel momento, surgió una buena relación de amistad con estas personas.

Así luce un atardecer de serendipia en Odaiba, Tokyo.

Nunca pensé que había una comunidad tan grande de residentes mexicanos en Japón, pero fue gracias a este primer encuentro que lo supe. Debido a esto, he tenido la oportunidad de conocer a más personas increíbles de distintas nacionalidades y ocupaciones que me han ayudado a abrir mi mundo.

Algún día escuché que cuando en la vida ocurren sucesos que cambian nuestro destino, son simple casualidad. Pero debido a todas las cosas que me han sucedido desde aquel día, creo más en la causalidad.

Esta consecuencia de causas, en realidad tiene un concepto más definitorio: la serendipia.

Pero, ¿Qué es la serendipia?

Con todas estas experiencias maravillosas me he hecho más consciente de las situaciones que ocurren a mi alrededor.

Es un ejercicio constante de atención plena ante la vida para transformar estas experiencias en nuevas oportunidades que cambian constantemente mi propia historia.

A veces tomamos decisiones que se convierten en caminos inesperados. En la mayoría de los casos, esas decisiones nos conectan con humanos que tienen una esencia similar a nosotros y ahí es cuando ocurre la magia.

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Abre los ojos a la vida, la serendipia ocurre con más frecuencia de lo que creemos. Un día mi padre me aconsejó:

«Agradezcamos siempre por lo que somos, por quienes nos rodean y por todo lo que nos sucede».

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